(Escribe Norberto Malaj, Política Obrera de Argentina)
La guerra civil desatada en Sudán es mucho más que un enfrentamiento entre dos bandos, igualmente criminales, de las fuerzas armadas salidas del régimen de terror de Omar al-Bashir, quien se mantuvo en el poder por casi 30 años -cayó en 2019 tras un enorme levantamiento popular. Desde entonces, con el auspicio de las grandes potencias, se pretendió fundar una ´democracia´ que nunca vio la luz: tras dos años de un interinato en que las FF.AA. fingieron contribuir a ese objetivo, un régimen surgido de fuerzas civiles no electas fue destituido por esas mismas FF.AA., en octubre pasado. Desde entonces creció el enfrentamiento entre Abdel Fattah al-Burhan, jefe de gobierno y de las FF.AA., por un lado; y su segundo, Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, quien lidera las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), una fuerza paramilitar.
El primero es un representante de fuerzas islamistas, con asiento fundamentalmente en Kartum, la capital del país. Los islamistas “han dominado el gobierno y la burocracia estatal desde la independencia en 1956” (Nesrine Malik, The Guardian, 20/4). Hemedti es considerado, en cambio, un “forastero” que proviene de tribus árabes del interior del país. Hemedti fue un protegido de al Bashir que lo utilizó primero para aplastar a la región rebelde de Darfur, donde Bashir practicó un genocidio que costó la vida de varios cientos de miles. En los últimos años antes de su caída, Bashir creó las RSF “para cumplir dos funciones: primero, como guardia pretoriana, protegiéndolo de las amenazas de su propio círculo íntimo, y segundo, como herramienta para aplastar la disidencia en las periferias de Sudán” (ídem). En 2019, las FF.AA. y las RSF se unieron para evitar que el levantamiento popular acabara con unas y otras.
Las RSF explotan su origen ´plebeyo´ contra las FF.AA., dueñas de “la mayor parte de la riqueza y los negocios del país”, mientras Hemedti se oponía “a la integración en el ejército de su estructura paramilitar” porque ésta “se financia con comisiones cobradas por la trata de personas, el control de minas de oro o el trabajo mercenario en Yemen a cuenta de Arabia Saudita” (Viento Sur, 10/11/21).
Las RSF se originaron en las bandas “Janjaweed, mercenarios y leales tribales” de Darfur que “en 2015, durante dos operaciones contra civiles afiliados a tribus rebeldes, cometieron una amplia gama de horribles abusos, incluyendo torturas, ejecuciones extrajudiciales y violaciones masivas” (ídem). Mientras tanto Hemedti se transformó en el mayor explotador de minas de oro en esa región, sobre las que el gobierno no tiene ningún control.
Guerra civil internacional
Ninguna de estas fuerzas gira en el vacío. Burhan cuenta con el apoyo de Egipto, que gobierna el dictador Al Sisi, pieza fundamental de los yankis. Hemedti, en cambio “estableció estrechos lazos con Rusia” (ídem). Hemedti trabó también fuertes relaciones con Emiratos Árabes Unidos y Eritrea.
La guerra civil en Sudán está estrechamente ligada a la de Libia, donde tampoco existe un solo Estado. “El señor de la guerra libio Khalifa Haftar, que dirige gran parte del oriente de Libia, ayudó a preparar a las RSF”. “Haftar había pasado inteligencia crucial a Hemedti, detenido a sus enemigos, aumentado las entregas de combustible y posiblemente entrenado a un destacamento de cientos de combatientes de las RSF en la guerra urbana entre febrero y mediados de abril” (Jason Burke, The Guardian, 23/4). Las RSF retribuyen esto “enviando mercenarios a Libia para luchar junto a la fuerza militar de Haftar, el autodenominado Ejército Nacional Libio (LNA)” (ídem). “Hemedti y Haftar también han colaborado en una variedad de operaciones de contrabando altamente rentables” ídem). Los “patrocinadores internacionales de Haftar son los mismos que los de Hemedti, los Emiratos Árabes Unidos y Rusia”. A principios de 2023 “Haftar ordenó el arresto de un diputado de Musa Hilal, un comandante de la milicia sudanesa que es un enemigo acérrimo de Hemedti. Las fuerzas de Hilal fueron las responsables de infligir grandes pérdidas a los mercenarios rusos del grupo Wagner -otro aliado de Haftar- en la vecina República Centroafricana” (ídem).
A mayor pobreza y disputa por sus riquezas, mayor militarización
Sudán es la tercera nación más poblada del continente negro -más de 45 millones de almas- una de las más pobres del planeta: un tercio de la población sobrevive merced a la limosna humanitaria
internacional, que la presente guerra civil interrumpió. Sudán es otra nación paria
como Yemen, ubicada exactamente enfrente suyo sobre la otra margen del mar Rojo. Sudán controla las principales márgenes de ese mar en el Cuerno de África, por donde transita buena parte del comercio mundial. Es la nación más importante del Sahel , el cordón semidesértico que va desde el Atlántico, recorre la región subsahariana y componen jóvenes y raquíticas naciones, en su mayoría ex colonias francesas ricas en minerales escasamente explotados, disputados por las potencias imperialistas. Éstas subyugan a esas naciones y las llevaron sistemáticamente a guerras civiles, azuzando enfrentamientos entre clanes y tribus diversos. A su manera Sudán es una cuasi nación. Doce años atrás fue desmembrada tras una segunda guerra civil, luego de la de Darfur, que dio lugar a la república de Sudán del sur, la nación con el peor índice de desarrollo humano del mundo.
Aunque según Haaretz “el caos de Sudán refleja la progresiva erosión de la influencia estadounidense” (Zvi Bar’el, 14/1/22), los yanquis han transformado El Sahel en una de las zonas más militarizadas del planeta: en Níger, uno de los países más poblados, sin salida al mar, los yankis montaron la Base Aérea 201, “una de las bases de drones más grandes del mundo que alberga los bombarderos MQ-9 Reapers, conocidos como Predator B, un vehículo aéreo no tripulado desarrollado por la yanqui General Atomics Aeronautical Systems; hoy en posesión sólo de las fuerzas aéreas yanqui, inglesa, italiana y española” (The Bullet, 6/4). Más cerca aún de Sudán los yanquis tienen una base estratégica en Djiboui, exactamente en el vértice del Cuerno de África.
Igual que el conjunto de África en los últimos años, la región pasó a ser un campo de disputa entre los yanquis y China. A su ruta de la seda y las grandes inversiones en infraestructura; los yanquis respondieron con la iniciativa del Millennium Challenge Corporation (MCC), un proyecto nacido tras la guerra de EE. UU. en Irak que ahora se extendió a África.
Recientemente en Níger, Antony Blinken, anunció que EE.UU. proporcionaría 150 millones de dólares en ayuda a la región del Sahel para “brindar apoyo vital a refugiados, solicitantes de asilo y otras personas afectadas por el conflicto y la inseguridad alimentaria en la región”. Antes se habían anunciado 280 millones de dólares para la base de drones, “el doble de la ayuda humanitaria prometida”. Todo esto ocurre cuando “los gobiernos militares de Burkina Faso y Mali han expulsado la presencia militar francesa de sus territorios” (ídem).
En diciembre de 2022, durante la Cumbre de Líderes de Estados Unidos y África, Níger y Benín se unieron detrás de un proyecto de MCC por el cual los yanquis se comprometieron a una inversión de 504 millones de dólares para mejorar las tierras agrícolas africanas, junto a las fundaciones Bill y Melinda Gates y Rockefeller, cuyo fin es facilitar los agronegocios de las multinacionales. “Las subvenciones de MCC, dijeron los altos funcionarios, se utilizan para ´blanquear´ la tierra de Níger a intereses corporativos extranjeros y para ´subordinar´ el liderazgo político de Níger a los intereses del gobierno de EE.UU.” (ídem). Por la guerra civil en Sudán “las potencias occidentales temen el potencial de una base rusa en el mar Rojo” a la que Hemedti “ha expresado su apertura” (The Guardian, 19/4).
Como se ve, la guerra civil de Sudán es mucho más que un “conflicto regional”.